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EL PADRE BUENO


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23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, 26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.

Gálatas 3:23-27


Por la ley el pecado de los hombres es revelado, además, la ley le muestra, especialmente a los judíos, su incapacidad para ir delante de un Dios santo y justo. El apóstol Pablo escribiéndole a los gálatas les advierte que antes de que la gracia fuera revelada en Cristo Jesús por medio del sacrificio en la cruz, la humanidad, pero especialmente Israel, estaba bajo el ayo, instrucción, de la ley de Dios, pero porque nadie podía cumplir la ley perfectamente fue necesario la revelación de la gracia en Cristo. El «ayo–el camino a Cristo», al que Pablo se refiere es todo el indumental (elementos) que la ley usaba para apuntar a Cristo. El término ayo se puede traducir mejor como «custodio»; es decir, algo o alguien que custodia el desarrollo saludable de algo o alguien. Es algo así como un enfoque en lo que ha de venir. Recordemos que las ceremonias y utensilios del templo y de la ley apuntaban a Cristo. Este es el «ayo» para Israel.


Es sabido que el mes de junio es designado para la celebración del día del padre en Latinoamérica. Esto nos debe llevar a reflexionar en la dicha que tenemos al tener un verdadero padre, nuestro Dios a través de Jesucristo. Demos comenzar horrando a los padres y dándole gracias a Dios por ellos: nuestros padres biológicos, pero, también aquellos padres que tienen hijos adoptados. Pero lo más importante y de más valor, no solo por lo que representa para nosotros en este mundo, sino por lo que significa para nosotros en la vida eterna; Dios es nuestro padre celestial. Él nos sostiene en amor, porque es nuestro Padre eterno. Así que, debemos de recordar hoy y todos los días de nuestra vida, que, en Cristo hemos venido a ser hijos de Dios por adopción (Ef. 1:4,5). Esto es por pura voluntad de Dios. El Credo de los Apóstoles inicia con: «Creo en Dios el Padre, creador del cielo y de la tierra», ¿que nos enseña este primer artículo del Credo? Primero, que todo procede de Dios; pero, además, que Dios tiene dos clases de hijos: aquellos que son hijos por el orden de creación y aquellas que han venido a ser hijos por orden de elección y predestinación por medio de la persona y obra de Jesucristo. En los primeros entramos todos, en los segundos solo los que llevan en su ser las huellas de Cristo, estos son llamado hijos de Dios (Jn. 1:12) y «coheredero con Cristo de las riquezas de la vida eterna» (Rom. 8:17).


¿Qué implica esta aseveración para mí? Esto implica que por la fe, entiendo que Dios me ha vuelto una nueva creación; es decir, ha hecho Dios todo nuevo en mí, ojos, manos, cuerpo, intelecto, razón, corazón, Dios ha hecho todo nuevo en mí. Es decir, Dios por medio de la regeneración transformó mi ser espiritual y físico-material para esta vida y para la eternidad. Además, por la fe en Cristo, estoy convencido de que todo lo que poseo viene de Dios mi padre, Él me sostiene proveyendo para todas mis necesidades. Porque Dios sabe que necesito la comida, la ropa, el aire, casa, hijos y todo lo que es necesario para vivir digna y reposadamente mientras tránsito por este mundo.

Dios tiene cuidado de sus hijos, y les protege del peligro, les guarda del mal y les preserva para la gloria eterna con Cristo. Pero todo esto que Dios hace por mí no es un asunto de la circunstancia; no, Dios hace todo esto, porque Él es nuestro Padre lleno de gracia y de misericordia por sus hijos. Los que no son hijos de Dios reciben alguna clase de bendición como desborde, pero los hijos de Dios reciben su bondad todos los días, porque Dios es su Padre lleno de amor, gracia y bondad. Jamás nosotros hemos hecho algo para merecer esta gracia, todo nos ha sido otorgado por bondad y misericordia. Así que, tenemos una doble responsabilidad delante de Dios, dar gracias a Dios por su bondad y adorarle por su gracia; además, administrar este don con exquisitez y responsabilidad. Esto de verdad es ser hijo de Dios.


En las líneas introductorias del Padre Nuestro podemos ver esta verdad filial mejor expresada: «Padre nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre» (Mt. 6:9). Este hecho solo revela que Él es nuestro padre por la obra de Cristo, así que debemos adorarle por ser un Dios tan especial que le plujo revelarse en la persona del Hijo para nuestro veneficio en la salvación. ¡A Dios la gloria! La pregunta es, ¿Qué clase de relación tenemos con nuestro Padre eterno? ¿Revela esta relación la obra de Cristo? Es importante meditar en el hecho de que Dios es nuestro Padre, pero ¿Qué significa esto para nosotros? Reflexiona en estas preguntas.


Por otro lado, somos llamados a celebrar el hecho de que Dios usó a nuestros padres bilógicos como instrumentos en sus manos para formarnos y sostenernos hasta que nosotros nos pudiéramos valer por nosotros mismos. Esta es la obra de Dios, ya que «Herencia de Jehová son los hijos y cosa de estima el fruto del vientre» (Sal. 127:3). Los hijos son un don en la vida de una familia. Dios usó a nuestros padres para traernos a la vida, pero ellos son incapaces de sostener y proteger como se debe la vida, la vida se sostiene en Dios. Es importante dejar de mendigar o anhelar aquellas cosas que los seres humanos no nos pueden dar y enfocarnos en lo que Dios ya nos otorgó en la persona de su Hijo Jesucristo, ese don filial por medio del amor ágape. Él es nuestro Padre y Dios es el único capaz de hacer lo inalcanzable en favor de sus hijos. Dios es el único y mejor Padre que podemos tener. Solo en Dios nos podemos ver realizados como hijos y como padres, porque Él cuidad de todas las áreas de nuestra vida.


Por: Rev. Jose J. Ramirez

Pastor General

Iglesia Reformada Vida Nueva

 
 
 

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